sábado, 3 de marzo de 2012

MI PERVERSA JUVENTUD.

Dedicado a todos los hombres como yo, que han vivido, estan viviendo o están por vivir la etapa de la pubertad.


Ya ha empezado la misa dominical y varios fieles están esperando de manera ordenada a que llegue un sacerdote para que los confiese. Hay gran cantidad de jóvenes en la fila para las confesiones, pero ¡silencio!, cállate que ahí viene el sacerdote, qué va a decir después, conoce a nuestras mamás.

Se acerca al confesionario Lorena, una chica pura. Siempre suele hablar de la religión, incapaz de dañar a alguien. Es un ángel. Muchos de los que la conocen creen que será monja.

—Ave María purísima.

—Sin pecado concebida.

—A ver hija, dime cuáles son tus pecados.

—Padre, no sé cómo decirlo, no fue mi culpa. Perdóneme. —dice Lorena.

—Hija mía, confía. Dios me ha puesto en tu camino para que te perdone y te ayude a encontrar el verdadero camino. —dice el sacerdote.

—Gracias Padre. La verdad es que he tenido relaciones sexuales. —cuenta Lorena, sollozando—Pero, no fue mi intención, yo no lo quise hacer, estoy arrepentida, me dejé llevar.

—Pero, cuéntame más para poder saber qué tan grave fue.

—Estábamos conversando en su carro, mientras paseábamos por la ciudad y él entró a un lugar…

—Eso no. Cuéntame cómo fue en  sí el acto. –interrumpe el padre, queriendo saber más de lo normal. La joven le parecía muy simpática y al no poder enamorarla, aprovecha el momento para preguntarle más, para así poder imaginársela y hacerla suya en su imaginación.

—Está bien. Cuando entramos a la habitación me acomodó en la cama y luego, él se echó sobre mí, nos estuvimos besando, cosa que duró poco tiempo, ya que luego intentó quitarme el polo, pero yo no me dejé. Sentí que algo se endurecía debajo de su cintura, me dio curiosidad, lo hice a un lado y vi que era como especie de un bulto bastante notorio, lo toqué y él no se quejó; es así como seguí palpando en silencio esa hinchazón, hasta que sentí mucha curiosidad y sin pedirle permiso alguno, le desabroché el pantalón, él me dijo: “Frótalo, es riquísimo -con una voz  muy agitada- verás que es muy divertido.” Es ahí cuando entendí que era su parte genital, sentí mucho miedo, quería que el mundo me tragase; pero él entendió muy bien mi miedo y me sedujo besándome; es ahí donde no tuve mayor reparo en dejarlo que me quitase la ropa, estaba excitadísima. Luego, abrió una cajita, sacó de ella un sobre pequeño que contenía un plástico que se ceñía perfectamente a su sexo.

—Puedes obviar esa parte, continúa con lo que sigue. — le recomendó el Padre, que, en verdad, sólo quería seguirse imaginando que lo que ella le estaba contando, lo estaba haciendo con él.

—Bueno, está bien. –dijo Lorena– Él introdujo su órgano viril en el mío, me dolió muchísimo. Le dije que me dolía, pero no le importó y siguió moviéndose, mientras yo daba fuertes gemidos del dolor. No intenté escapar, porque luego sentí placer; además, él tampoco me hubiese dejado ir.

—Está bien—dice el Padre. –reza un Ave María.

—Padre, pero ese no es mi único pecado. —dice Lorena, preocupada.

—No te preocupes. Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


***


— Mírala, qué linda. Está hermosísima, Daniel. –dice Ramón, impactado. —Es la mujer más bella que he visto en toda mi vida.

—Sí, pero no es para que estés así, todo asombrado—dice Daniel, algo incómodo.

—Es que tú no has escuchado lo que le contó al Padre. —dice Ramón, sin salir de su asombro. — Ya ha hecho el amor con su enamorado, lo escuché todito. Dichoso su enamorado. ¡Qué bella mujer! Como quisiera tenerla un solo día en mi cama y hacerle el amor.

—¡Basta ya! Respeta que estamos en la Iglesia. —dice Daniel, algo molesto por la irreverencia de su amigo.

—Recién ahora te la quieres dar de santo, maricón, cuando, en verdad, todo el mundo sabe que eres un mañoso de mierda y que miras a todas las mujeres con malos ojos. —dice Ramón, enfadado.

—No digas eso. He hecho una promesa con mi mami y no la puedo defraudar. Voy a cambiar, porque de lo contrario, me iré al infierno y jamás podré salir de ahí. —dice Daniel.

—Ay, mi mami dice que debo ser santo. —se burla Ramón— ¡Cojudeces! Adiós maricón, me voy a confesar para no encontrarme en el infierno con la chismosa de tu madre.


***

Al terminar de confesarse, Daniel se ubica en su sitio, al costado de su mami, quien lo recibe con una sonrisa angelical -aquella bella sonrisa que como algo mágico recibía todos los domingos al entrar a la Iglesia- y le indica que se arrodille para que haga su penitencia.
Al terminar su penitencia abre los ojos muy despacio, lentamente, tal y cual lo hacía mami y todas sus amigas que asistían a esa misa. Al levantar la mirada encontró un cuerpo perfecto, voluptuoso, deseable, espléndido. Se sentía atraído, le llamaba la atención, nunca había visto unas nalgas tan grandes y tan bien definidas; pero, eso no podía suceder, le había prometido a mami que sería un hombre santo, un hombre de bien.

—Señor ayúdeme, por favor, no puedo defraudar a mamá.
Daniel decidió quedarse arrodillado unos minutos más, pidiéndole a Dios que le quite esos malos pensamientos de la cabeza, pero ya era muy tarde, su pene estaba erecto.

—Señor, por favor, apiádese de mí. Quiero escuchar la misa y así como estoy no podré levantarme, por favor, ayúdeme. Que sea lo más rápido posible, please, mi mami se va a dar cuenta y me va a pegar.





—Qué bello tu hijo. Se nota que ha sido bien criado. Todo un ejemplo como la mamá. Te felicito. Mira como reza, ya quisiera que mi Dieguito sea así. —susurraba Amanda a la mamá de Daniel.

—Ay sí, para qué, mi hijito me ha salido todo un caballero. Aunque se me estuvo portando medio mal ahora último, pero ahí le estoy llevando la mano, le estoy poniendo la mano firme, porque tú sabes que así como están las cosas ahora, es mejor ponerlos en su sitio a la primera nomás. Estos chicos de ahora se creen muy sabidos, pues. Ya le he dicho también que se deje de juntar con ese tal Felipe, que no es una buena ficha, para todo zarrapastroso. — dice la mamá de Daniel.

Daniel odió ese momento y lo odió más, porque era Amanda, la vieja más chismosa del barrio y la más hipócrita. No tenía por qué enterarse que se había portado mal.

— Oye, qué va a decir el Padre—dice Amanda, entre risas— Nos va a querer botar de la misa por estar hablando mucho, bien fregado es. Hablamos finalizando la misa, además que tengo algo que contarte de lo que le pasó a Kathy y a su marido, parece que se divorcian.
En ese momento, Daniel se da cuenta que su pene se había encogido y dio gracias al Señor por haberlo ayudado. Luego, prometió que nunca más volvería a ver con malos ojos a una mujer.


***


Al finalizar la misa, Ramón va en  busca de Daniel.
— ¡Oye, eres el hombre más suertudo de este mundo! —exclamó Ramón— y tú que eres un pendejo, no dudaste en mirarla. ¿Crees que nadie se dio cuenta que cuando habías terminado la penitencia, abriste los ojos y te quedaste asombrado con las nalgas de esa tal Lorena?

—No es eso. Cállate. –dijo Daniel, sonrojado. –Yo sólo estaba rezando, nunca vi nada, es más, ni cuenta me di que estaba delante mío.

— ¡Mentira! Yo te vi y no me lo puedes negar. –dice Ramón. –Y no sabes lo mejor de todo esto…

—Dime, ¿qué sucedió? –preguntó Daniel.

—Su hermano va a estudiar con nosotros. Así que la veremos muy seguido en las reuniones del colegio, en las fiestas, etc. Me caso con ella, está buenísima. —dice Ramón entre risas.

—Por favor, Ramón, no seas así. Su hermano estudiaré con nosotros, respeta a nuestro nuevo compañero.

—Últimamente estoy pensando que eres un gay. –dice Ramón, muy molesto. –Si quieres ser mi amigo, vuélvete hombre.


Ramón lo escupió en la cara y Daniel sintió mucha pena por su mejor amigo.

***

Al llegar a casa, su mamá le dijo que no podía prender la televisión, porque no quería que sea un niño materialista y además, que en la televisión pasan imágenes para adultos.

—Mamá, pero sólo veré dibujos. –dijo Daniel.

—No, mi amor, no te puedes hacer dependiente de la televisión, si te dejo te estaría haciendo un daño. Eso es muy malo.
Daniel recordó que no podía responderle mal a su mamá, ni mucho menos desearle la muerte como estaba acostumbrado, porque eso lo estaba alejando de su meta de ser un niño santo. Sólo atinó a entrar a su cuarto y ponerse pijama. Rezó un rosario. No podía dormir, daba vueltas en la cama. De pronto se acordó de Lorena y sintió que su pene nuevamente estaba erecto. Intentó rezar, pero le fue imposible, su pene seguía erguido. En medio de la oscuridad se bajó el pantalón de pijama y lo dejó al aire libre. Sintió necesidad de tocarlo, sólo tocarlo, quería ver si cogiéndolo fuerte volvería a encogerse. Mentira, era un mito, ya que eso sólo lo llevó a excitarse más. Empezó a frotarlo, mientras imaginaba que hacía el amor con Lorena, se excitaba imaginándose su trasero, sintió mucho placer, pero la idea de no defraudar a su mamá lo golpeó, lo hirió demasiado, quiso intentar dejar de hacerlo,  pero de nada sirvió y siguió masturbándose. Llegado el momento sintió una sensación única y deliciosa, perfecta; todo su pantalón de pijama estaba húmedo. No soportaba irse a dormir así, sintió la necesidad de ir al baño, pero bastante astuto se quitó los zapatos para que su mamá no escuchase sus pasos. Al abrir la puerta del baño, se dio con la sorpresa que estaba su madre en el inodoro, ella se sorprendió, lo vio todo mojado y sintió aquel olor que sólo había percibido aquella noche que tuvo su primera relación sexual, aquella vez en la cual salió embarazada de Daniel, su único bebé.

Daniel se echó a llorar y le pidió a su madre que lo disculpe, pero fue en vano, su madre estaba destrozada, había perdido las esperanzas de que su hijo sea santo, creyó que su niño adorado era un pervertido y que jamás su hijo sería un hombre puro. Desde aquella vez, Daniel y su madre se distanciaron, ya no era ese amor tan bello que los unía desde su nacimiento hasta ese triste, excitante, doloroso y placentero día.

A los veintidós años, Daniel decidió dejar esa vida perversa que había llevado durante tanto tiempo, teniendo relaciones con una u otra chica. Entró al monasterio y a los veintiséis años se ordenó sacerdote, pero jamás se sintió mal, ya que él sabía muy bien que todo lo que había vivido lo iba ayudar para él poder comprender y guiar mejor a muchos jóvenes que pasen por lo que él pasó. Daniel es el Padre más querido del pueblo y es ahora el sueño hecho realidad de su madre, pero, lamentablemente, su madre murió cuando él tenía apenas veintitrés.

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