jueves, 8 de marzo de 2012

NI EN VERANO EL AMOR DEJA DE SER CRUEL.


Una mañana de verano había decidido salir a caminar, a dar un paseo, respirar otro aire y romper con la monotonía de estar por la mañana en casa. Fiel a mis ideas, resultó más excitante salir acompañado, intercambiar noticias, conversar un poco con mi familia y admirar lo que el día me entregaba con mucha estima.  Creí que sería un día común, sin novedades, más de lo mismo e incluso, algo aburrido, ya que no había planeado nada que lograra divertirme tanto como yo hubiese querido. En definitiva, se trataba de salir de la rutina y a su misma vez, pasar una linda mañana junto a mis papás y hermanos.

El calor sofocante de aquel día de Febrero me estaba agobiando, tanto así, que por momentos deseaba dar marcha atrás y volver a casa, pero era imposible, sólo tenía que esperar a que se termine de realizar todo lo que se había planeado con anterioridad.  Pero, cada minuto que transcurría lo odiaba más que el minuto anterior, porque no solo era el calor que me sofocaba, también me irritaba ver pasar, de cuando en cuando, a ese rara especie humana de hombres que le gusta taparse el rostro con sus largas cabelleras y peor aún, muchos de ellos con los cabellos bañados en aceite de cocina (creo yo), ya que espero que no sea por falta de higiene. Y me es imposible no decir cuánto repudié  a todos esos sabandijas  que  sin vergüenza alguna miraban fijamente los glúteos de las mujeres que transitaban por delante de ellos. ¡Qué cosas tan terribles!

Una voz patética anunciaba en la radio que era el mediodía y que la temperatura había llegado a los 30°. Consumir un delicioso helado en ese momento sería justo y necesario. El helado, efectivamente, calmó en parte el bochorno, pero ahí no acababa todo, teníamos que terminar con el recorrido, felizmente la próxima parada sería en un lugar fresco y acogedor, advierte mi mamá. Bajamos al centro comercial y estaba repleto de personas. Logré reconocer algunas amistades, los saludé de lejos, no quería acercarme, no me sentía bien, el calor, esta vez, me había jugado una mala pasada. Luego, me distraje, mientras conversaba con mi madre, ya algo más calmado gracias a ese refrescante aire acondicionado. Andaba distraído, prestando absoluta atención a lo que mi madre me contaba, cuando de pronto, sentí la necesidad de levantar la mirada y direccionarla hacia un lugar exacto, hacia un punto fijo, hacia ese extraño lugar que sin haberle prestado atención había causado en mí una inefable sensación. ¿Quién lo diría? Estaba aquella niña a quien había visto hace muchísimo tiempo, la más linda de todas las mujeres, con un aire único de inocencia absoluta, que me inspiraba mucha confianza y ternura. Me acerqué a ella, la saludé y sin mayor reparos, ella me conversó; sin embargo, reaccioné como un niño de nueve años, a quien le causa pavor hablar con esa chica por la que se siente atraído y que, a su misma vez, no quisiese que se aleje de él por ningún motivo. Sentí que todo el mundo tenía los ojos puestos en nosotros dos y en consecuencia, todos se habrían dado cuenta que yo estaba enamoradísimo de aquella chica.
Mi actitud tan infantil fue la causante del término de ese hermoso encuentro, de esa conversación que yo hubiese preferido que durase toda una vida, una eternidad, pero, es cierto, cuando uno está enamorado no piensa en otra cosa aparte de cuánto te gusta y lo bella que se le ve. Me despedí de ella con el corazón en la boca, con ganas de decirle suavemente que la quería para mí, que confiara, o a lo mejor, que me regale un abrazo fuerte en respuesta a mi gran cariño que le profeso. ¡Bah! ¡Qué tontería! El amor es un hipócrita, a veces, te da alegrías, te hace sentir seguro y sin embargo,  luego te ejecuta, te asesina el corazón con algún desaire o una sincera respuesta que te avisa que no eres correspondido, que eres un triste y pobre infeliz. Así  fue como decidí resignarme a una simple y triste despedida y planear un próximo encuentro en el que pueda estar más calmado y poder conversar mejor, y a lo mucho, tomarme de valor y decirle cuánto la quiero. ¡Imposible! No la volveré a ver dentro de mucho tiempo y sin ser exagerado, probablemente nunca más la vuelva a encontrar.

Desde aquel día siento que soy parte de ese grupo de hombres y mujeres que se enamoran a primera vista, pero que el terrible señor Cupido goza con nuestros dolores, festeja nuestras tristezas y peor aún, cuando el corazón está a punto de superar a ese amor imposible, vuelve y te enamora nuevamente, te hace sufrir, lloras, no dejas de llorar y sin embargo, él no deja de reír.

No hay comentarios:

Publicar un comentario